Contrarreforma Patriarcal en nombre de la
ecología por Alicia H Puleo: Doctora en Filosofía y
profesora titular de Filosofía Moral de la Universidad de Valladolid
¿Están en peligro los avances obtenidos por
el feminismo en las últimas décadas? ¿Un sector del ecologismo se ha convertido
en la cara verde de lo que llamaré Contrarreforma Patriarcal? ¿Su posición
otorga atractivo y aires contestatarios a la vieja división sexual del trabajo?
¿Se confirmarían ahora los antiguos temores de las feministas hacia el
ecologismo? ¿Es posible un ecofeminismo que defienda la igualdad y la libertad
para las mujeres? Estas son las cuestiones que guiarán mi reflexión en las
breves líneas que siguen.
La Contrarreforma Patriarcal y los derechos sexuales y reproductivos
Estamos asistiendo al ascenso de fundamentalismos religiosos de diverso
signo que contribuyen a una gran Contrarreforma Patriarcal en curso en
distintas partes del mundo. Sus ideologías son contrarias a las libertades
individuales y particularmente alérgicas a las de las mujeres. En el momento en
que escribo estas líneas el Ministerio de Justicia de España prepara una
reforma de la ley del aborto que implicará el abandono de la actual ley de
plazos que fue aprobada por el gobierno del Partido Socialista en 2010. Todo
indica que el actual gobierno conservador pretende implantar una ley de
supuestos aún más restrictiva que la que rigió entre 1983 y 2010. Si tal
reforma se lleva a cabo, ni siquiera se permitirá la interrupción voluntaria
del embarazo en casos de malformación fetal y se perderán todos los avances que
se habían conseguido al respecto tras años de lucha feminista. La ley española
del aborto perderá toda similitud con las de la mayor parte de los países
europeos y se acercará, en cambio, a las normas vigentes al respecto en la casi
totalidad de los países latinoamericanos. Esta es una mala noticia no sólo aquí
sino también para todas las personas que luchan en Latinoamérica por el
reconocimiento de los Derechos Sexuales y Reproductivos y que veían en la
legislación española de los últimos años un precedente culturalmente cercano en
el que apoyar sus reivindicaciones. Caminamos, pues, hacia atrás a marchas
forzadas. Como en un pasado ya lejano, sólo podrán decidir sobre su cuerpo en
condiciones de seguridad las mujeres que tengan los medios económicos para
viajar al extranjero.
Una de las características ideológicas de la nueva realidad que han dejado
tres décadas de capitalismo neoliberal a escala mundial es la continua
utilización fraudulenta de la noción de libertad para eliminar la capacidad de
acción libre. Bien conocida es la vieja estrategia capitalista de reducir los
derechos de los trabajadores en nombre de la libertad; se recorta la
posibilidad de encontrar amparo en el marco legal-institucional y se eliminan
las barreras protectoras contra la depredación ecológica y económica. El
emprendedor, supuestamente, no las necesita. Se vale por sí mismo y sólo precisa
tener voluntad para llevar a cabo sus proyectos. Menos conocido es, en cambio,
el discurso que invita a las mujeres, en nombre de la libertad, a elegir las
viejas cadenas patriarcales contra las que tanto se ha luchado desde el
feminismo.
Así, para justificar su propuesta de reforma de la Ley de Interrupción
Voluntaria del Embarazo, el Ministro de Justicia ha afirmado que liberará a las
mujeres de la “violencia de género estructural”. Con esta expresión se refiere
a la opresión que supuestamente sufren las mujeres por no poder dedicarse
plenamente a la maternidad debido a sus obligaciones en el trabajo asalariado.
Es cierto que existen dificultades para conciliar la vida laboral y familiar.
Pero resulta patente que no es una ley de maternidad forzada lo que permitiría
a las mujeres compatibilizar su justa aspiración a la independencia económica o
al desarrollo profesional con sus eventuales deseos de ser madres. La
conciliación de la vida laboral y familiar ha de facilitarse a mujeres y
hombres y pasa por una serie de medidas propias de ese Estado de Bienestar que
justamente ahora está siendo demolido.
A menudo, desde su aparición en la década de los ochenta del siglo XX, el
neoliberalismo económico se ha apoyado en un neoconservadurismo moral. El Tea
Party estadounidense es el ejemplo paradigmático de esta combinación letal. El
partido republicano de EE.UU. también ha incluido en su agenda la abolición del
derecho al aborto. Se ha señalado, con acierto, que se trata de compensar con
la apelación a valores y representaciones tradicionales la desintegración real
de los lazos familiares y sociales llevada a cabo por las implacables leyes del
beneficio capitalista. A esta interpretación, hay que sumar otra: un elemento
esencial de la eficacia política del discurso neoconservador es su
antifeminismo, que satisface un inconsciente, o no verbalizado, deseo de
retorno a situaciones pretéritas de subordinación del colectivo femenino. No
parece simple casualidad que surja esta nostalgia cuando escasean los puestos
de trabajo y las condiciones laborales se hacen cada vez más duras.
El canto de sirenas para que las mujeres vuelvan a casa no sólo suena desde
lo que se conoce habitualmente como la derecha conservadora. También se escucha
desde cierto ecologismo que habla en nombre de la santidad de la vida y de la
sabiduría ancestral, reivindicando para sí el título de verdadero pensamiento
contestatario y haciendo gala de denunciar a las grandes corporaciones
multinacionales que amenazan la Tierra.
El ecologismo conservador y la “santidad de la vida” (humana)
“La R-Evolución calostral ha empezado” es el significativo título del
monográfico que la revista The Ecologist para España y
Latinoamérica (n.º 48, enero-marzo de 2012) ha dedicado a la
maternidad y el aborto. El calostro es el líquido segregado por las glándulas
mamarias durante el embarazo y después del parto. “Your body is a
battleground”, denunciaba la artista plástica Barbara Krugger en una obra
feminista ya célebre. Una vez más, ahora teñido de verde, el cuerpo de las
mujeres se presenta como territorio de lucha. Los temas de portada del
monográfico son elocuentes con respecto a la estructuración del discurso: “La
usurpación de la fertilidad”, “La esterilización de la población”, “El
proselitismo pro-abortista”, “Las tecnologías Terminator”, “La mercantilización
de la maternidad”, “El parto/nacimiento natural”, “Ciclos lunares e
indigenismo”. La importancia de este monográfico puede medirse por la gran
difusión e importancia de esta revista en el mundo de la ecología en lengua
española. Desgraciadamente, con este número, asistimos a la confirmación del
giro de esta publicación periódica hacia posiciones espiritualistas
neoconservadoras.
Todo su contenido podría ser resumido en la idea de que el aborto no es
ecológico ni ecologista. El conjunto de sus artículos es una clara declaración
de guerra contra el ecologismo político que acepta el derecho al aborto y a la
eutanasia. Estos derechos de libertad individual son presentados como formas de
opresión del Estado “paternal-autoritario” gracias a esa típica pirueta
retórica que ya hemos visto utilizada en el proyecto de reforma de la ley del
aborto.
La eutanasia sólo es objeto de una breve mención. El tema central es, como
lo muestra el título elegido, la condena inapelable del aborto al que
consideran negación de la fertilidad y oculta forma antiecológica elegida por
los poderes económicos y políticos para dominar el mundo. Su argumentación es
la apropiada para obtener la adhesión de un público alternativo y contestatario
en principio más tendente a la afirmación de las libertades individuales. No
llama a la obediencia sino a la insumisión. Afirma que la forma de rebelarse
frente al “tecnopatriarcado” es (que las mujeres acepten) volver a los “ciclos
sagrados” de la vida. Se mezclan en un totum revolutum preocupaciones
que no podemos dejar de compartir como la dominación económica, la
contaminación con agrotóxicos o los peligros inherentes a los cultivos
transgénicos con manipulaciones ideológicas en torno a la interrupción del
embarazo y las prácticas anticonceptivas. Para el ecologismo neoconservador la
planificación familiar y la interrupción de una gestación son algo tan
irresponsable y violento como el accionar de las grandes corporaciones que
devastan el planeta o el genocidio nazi.
Mientras en manifestaciones y redes sociales las feministas se están
enfrentando a las nuevas amenazas que se ciernen sobre los Derechos Sexuales y
Reproductivos con lemas tales como “Basta de rosarios en nuestros ovarios”, los
ecologistas neoconservadores han decidido transmitir la buena nueva de que en
los ovarios “brama” (sic) la fuerza vital de la reproducción y que quien
aspira al dominio, según el Tao, lo pierde. Con el objeto de presentarse como
una posición emancipatoria y progresista que, sin embargo, es contraria a la
anticoncepción, al aborto y a la integración de las mujeres en el mundo de lo
público en pie de igualdad, subrayan la diferencia que los separa de la Iglesia
católica, a la que consideran una espiritualidad jerarquizada y obsoleta. Entre
metafísicas oscuras sobre el poder de la Eternidad y citas de sanadoras
indígenas, encontramos alusiones a un San Agustín retocado que pondría todas
las esperanzas de cambio del mundo en el poder de las madres. Como en Sexo
y carácter (publicado en 1903; última versión en español: ed. Losada,
2004), del pensador misógino Otto Weininger, las mujeres son reducidas a dos
grandes figuras: la “Madre” y la “Puta”, y se afirma que la segunda es aún más
básica que la primera. La “Madre” es nutricia. La “Puta” que habría en toda
mujer, según esta singular perspectiva, es la naturaleza salvaje, indómita, del
placer sexual ligado inexorablemente a la reproducción.
A pesar de la unanimidad del mensaje de todos los autores del monográfico,
entre las mujeres (menos numerosas, por cierto) hay una mayor tendencia a
enfatizar los supuestos poderes de la mujer natural, salvaje, cuerpo fértil,
útero rebelde. El parto llega a ser presentado como éxtasis orgásmico que las
madres comunes modernas no son capaces de gozar porque están profundamente
reprimidas por el patriarcado. Los autores varones, en cambio, parecen
inclinarse por momentos a considerar a las mujeres como seres infantiles que no
son capaces de comprender lo que hacen cuando abortan, por lo que consideran
que el verdadero culpable es quien legisla a favor, quien lo lleva a cabo y
quien lo justifica intelectualmente. Y todos están de acuerdo en que la nueva
maternidad-paternidad regida por la Naturaleza ancestral y liberada del
“catecismo feminista” será capaz de regenerar a la humanidad. Se dice que el
feminismo ha introducido la discordia entre los sexos, disminuyendo así la
natalidad, como si siglos de Historia no nos hubieran enseñado que el
patriarcado ha herido y matado mucho antes de que el movimiento por los
derechos de las mujeres fomentara el “desorden” de la autonomía femenina y la
maternidad responsable.
Según este ecologismo neoconservador, la liberación de las mujeres
consistirá en dejar de pretender ser iguales a los hombres. Vuelve, así, la
decimonónica teoría de la complementariedad a recordar a las féminas cuáles son
sus labores naturales. Desde luego, esta no es la primera vez que se utiliza el
concepto de Naturaleza para poner en su lugar a un colectivo insubordinado. En
plena Revolución francesa, los jacobinos recordaron a sus compañeras de partido
que era hora de escuchar la voz de la sabia Naturaleza y abandonar las
veleidades políticas. Eso sí, se lo recordaron de malas maneras cuando ya no
necesitaban su apoyo porque el poder estaba tomado. El tratamiento filosófico
de los sexos de Rousseau que alguna vez he llamado “discurso del elogio” (nadie
puede hacer las labores domésticas del cuidado como vosotras por lo que no
seréis ciudadanas de pleno derecho sino que os limitaréis a criar ciudadanos)
reaparece en plena revolución burguesa con tonos más perentorios, como decreto
de cierre de los clubes políticos de mujeres, y durante largo tiempo subsistió
en tanto prohibición del acceso a la educación superior, a las profesiones
liberales y a los derechos civiles. Ahora, con el ecologismo neoconservador,
vuelve a adquirir los tonos aduladores y envenenados del engañoso discurso del
elogio: sois maravillosas, poseéis virtudes y poderes extraordinarios. Los
estudios universitarios estropean esas capacidades innatas de vuestro sexo, se
nos recuerda gentilmente. Hay que reconocer que, en otras latitudes, la
Contrarrevolución Patriarcal no se anda con tantos remilgos. En Irán, por
ejemplo, se acaba de prohibir el acceso de las mujeres a 77 especialidades
académicas, entre ellas Informática, Lengua inglesa, Literatura y Biología por
considerarlas poco aptas para la naturaleza femenina.
Apunte final: Ecofeminismo crítico para la libertad de las mujeres
El ecologismo neoconservador dirige sus ataques al ecologismo político y al
feminismo. Salva, en cambio, al ecofeminismo o, más exactamente, a lo que
entiende por tal. Define al ecofeminismo como una vuelta al orden natural, a
una feminidad auténtica, ancestral, amorosa, etc. Le aconseja incluso cambiar de
nombre, renegar del término “feminismo”. Debo decir que, definido en esos
términos, mejor sería que cambiara de nombre; cuestión de no llamar “feminismo”
a lo que termina siendo su contrario.
En Ecofeminismo para otro mundo posible (Cátedra, 2011),
he esbozado un ecofeminismo crítico que reivindica la igualdad y la libertad de
las mujeres y sus derechos sexuales y reproductivos. El ecofeminismo debe ser
un pensamiento crítico que no envuelva en vapores místicos y discursos del
elogio el ataque al legado emancipatorio feminista que hemos recibido. Ha de
ser una reflexión-acción atenta a las relaciones de poder y a las
ontologizaciones que a menudo las encubren. Tiene que ensayar la superación
tanto del sexismo como del androcentrismo en nuestra mirada y nuestro hacer
cotidianos. Quienes queremos otro mundo posible, con un horizonte sin
dominaciones, podemos ser ecofeministas analizando críticamente los aspectos
antiecológicos del patriarcado, luchando contra los prejuicios e injusticias de
género, clase, etnia, opción sexual y especie, desarrollando una praxis
solidaria y universalizando la práctica del cuidado que el patriarcado adjudicó
en exclusiva a las mujeres. No necesitamos volver a viejos estereotipos de
género ni apelar a una “santidad de la vida” que, empeñada en la condena del
aborto, se revela “humana, demasiado humana”.